UNAS CHIQUILLAS EN CHAMONIX
- Por Marina Fernandez Sanz
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- 08 abr, 2019
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Han pasado 21 años e intento ponerme en los pies de una niña. No me cuesta mucho, entre que recuerdo algunas cosas y que, sinceramente, sigo siendo como una niña... Además, releo las notas de mi pequeño diario llamado “Alpes 1997”, me encanta llevar siempre un cuadernito y apuntar sensaciones y curiosidades.
Yo tenía 11 años, mi amiga Yai 12, y estábamos en el Refugio
Vallot, la cabaña de emergencia que hay a unos 400m de la cumbre del Mont Blanc.
Estábamos tumbadas en uno de los colchones, tapadas con una manta rígida y
áspera, no sé si por la suciedad o por el frío. Habíamos comido chocolate,
caducado varios años antes y habíamos dormido un rato con la intención de que
se nos pasara la pájara que teníamos y bajáramos antes de que lo que eran unas
inocentes nubes se convirtieran en una tormenta. Nuestros padres vigilaban la
evolución de nuestro mal de altura.

Sólo cuatro días antes salíamos en coche desde Madrid mis padres y su amigo Nico, mi amiga Yai y su padre y yo. A medio camino parábamos a dormir, típico vivac de las áreas de servicio de Francia y al día siguiente continuábamos hasta Chamonix. Una vez comprobamos que la previsión era buena para los próximos días, decidimos o más bien decidieron nuestros padres, nosotras aún éramos pequeñas para tomar decisiones, que para qué íbamos a perder tiempo si podíamos dormir aquella noche en el mismo parking del teleférico y comenzar al día siguiente.
Y eso hicimos. Cogimos el primer teleférico y poquito a
poquito llegamos al Refugio de Gouter. No recuerdo el paso de la bolera
especialmente traumático, así que supongo que lo pasamos sin ningún incidente.

Todos se interesaban por nosotras, éramos las más pequeñas del refugio con diferencia. De mi nueva experiencia en un refugio a esa altitud, me impresionó el mal olor de las letrinas. De eso me di cuenta más tarde, cuando al volver a casa y después de que mi madre lavara la ropa, me puse mi forro Solo Climb rojo y noté que aquel nauseabundo olor seguía en mi forro favorito. Sin embargo, en aquel momento, cuando entré en las letrinas no le presté más atención, simplemente contuve el aire para que el olor no me revolviera aún más el estómago. Es lo que tiene la altura y en general la montaña, que aprendes a priorizar.
Nos tocó dormir en el anexo, una cabaña sólo con literas. Suerte que nunca he tenido problemas para dormir, pero por la noche en las formas que dibujaba la madera en el techo, veía caras, quizás fruto del mal de altura o quizás fruto de la imaginación de una niña.
Al día siguiente, cuando todavía era de noche y una gran
luna acompañada de multitud de pequeñas estrellas iluminaban el cielo e incluso
el suelo por donde caminábamos, salimos del refugio con la ilusión de llegar a la
cumbre. Pero el punto más alto que alcanzamos fue el refugio de Vallot. Estaba
claro que en esas condiciones y con un cambio de tiempo aproximándose no
podíamos continuar. No nos importó, ni si quiera hoy en día me obsesiona una
cumbre que siempre va a estar ahí. De hecho, al año siguiente, con tan solo 12
años, sí conseguí alcanzar la cumbre del Mont Blanc.

De nuevo en Chamonix, un pueblo tan encantador y con gran tradición alpinista. Me gustaba ver a los caminantes atravesando la calle
principal con sus enormes mochilas y sus piolets. Me gustaba ir a la Maison de
la Montagne a consultar la meteorología. Me gustaba el ambiente. Después de
aquella visita he vuelto a Chamonix en varias ocasiones y aunque se ha convertido en un lugar más turístico y masificado, sigue siendo un sitio especial.

Pero por muy bonito que fuera Chamonix, nuestra aventura no había terminado y nuestro lugar estaba arriba. El padre de mi amiga ya había regresado a Madrid y los demás decidimos hacer el Mont Blanc de Tacul, el que sería nuestro primer cuatromil; para mí, más completo y más técnico que el Mont Blanc.
Cogimos el primer teleférico a la Aiguille du Midi y bajamos
por la estrechísima arista al plató. Nos aproximamos a la base de la pared y
pronto llegamos a la famosa grieta que la corta de lado a lado que tuvimos que
saltar ya que la encontramos abierta y con una anchura de aproximadamente un
metro. Subimos rápido, estábamos bien aclimatadas del Mont
Blanc, bordeando tremendos seracs de color blanco azulado. Nunca había visto
algo así. Aumentábamos la velocidad cada vez que pasábamos por debajo y es que,
según nos explicaron mis padres, estos bloques de hielo podían desprenderse por
el calor o simplemente porque sí. Al llegar al hombro de arriba, hicimos una
pequeña variante, atacando la cumbre de frente en vez por su parte trasera.
Desde la cumbre, en la que estuvimos solos durante un rato, pudimos ver muchos
picos, el Mont Blanc y sobre todo el Mont Maudit parecían estar tan cerca…

Emocionados con el día tan soleado que estábamos teniendo
comenzamos a bajar, prestando mucha atención a las grietas y a los seracs. De
nuevo saltamos la gran grieta. De repente, un sonido parecido a un trueno nos
alarmó. Sin tener mucho tiempo para pensar empezamos a correr y entendí que no
se trataba de una tormenta. Cuando paramos y miramos atrás, una gran nube de
polvo blanca lo cubría todo. Uno de los gigantes seracs que había pegado a las
rocas de la izquierda se había caído y a mí me pareció que la tierra se rompía allí
mismo. Después de esta experiencia, de la que podremos presumir el resto de
nuestra vida y ya desde la Aiguille de Midi pudimos comprobar las dimensiones
del serac que había caído.

Nos cuesta decidirnos ya que la mayoría de vias tienen buena pinta, al final nos decantamos por Monapancha , una de las clásicas de la pared con 230m de recorrido sobre diedros y fisuras, con muy buena calidad de roca caliza.


22 de diciembre de 2015, recibo un mensaje, es Ramón, y
según lo leo los ojos se me abren como platos y una sonrisilla se va dibujando
en mi cara. En el mensaje dos fotos, una de una gran pared y la otra de una
fisura perfecta y una frase que dice “¿te vendrías aquí de expedición?” En el
margen de una de las fotos pone Perestroikacrack,
Kirguistán
. No la conocía, pero ni siquiera la busque, mi respuesta fue
“por supuesto”, con las fotos me bastaba para saber que quería ir allí y
acerté. Así fue cómo empezó la aventura.